miércoles, 2 de septiembre de 2009

Regálate tu libertad

La no historia del tándem tetas rebeldes- vagina tímida versus brazo del exorcista.

Murió completamente convencida de que el haber vivido sintiéndose ¿extraña? ¿invadida? ¿torcida? respondía a una simple decisión del azar, a pesar de las muchas horas de razonamientos enfrentados en las sesiones del psiconoalista. Su herida más profunda fue el ser siempre un alguien de sensaciones solitarias sin verso. Atrevida arrogania y manguera picha inquieta.
Sin embargo, llevaba ya varios años padeciendo dos sensaciones incómodamente localizadas y llenas de significado que la sumergían en un desconcierto abrumador. Dos pesadillas, hasta aquel día independientes, que trazaban paso a paso el camino hacia el sentir absoluto.
Nunca fue ingenua, a pesar de las apariencias. Sabía que ese tándem tenía relación directa con la sexualidad, pero le costaba recordar cuándo empezaron a palpitar de semejante manera sus órganos sexuales. Una especie de intenso temblor subcutáneo, prácticamente incontrolable, desprovisto incluso de carga erótica e invisible al ojo externo, que tenía la manía de acecharla siempre que se desvestía y descubría ante el espejo la inocencia de su cuerpo de mujer. O bien, cuando esparcía crema hidratante alrededor de sus senos y los masajeaba con mimo para estimular así su crecimiento. Era y no era como si en esos instantes la sangre se concentrase en aquellos lugares hasta entonces tan somnolientos. El intento frustado de unos dedos juguetones que decidieron ellos solos deleitarla con los primeros acordes del éxtasis usando como cuerdas de guitarra sus pezones bravos... Con el tiempo tuvo claro que aquellos farolillos de luz rojiza no eran más que los meros esclavos de su inminente encuentro con ella pues, sin duda, le gustase o no, se acercaba la hora de poner en vereda a esos pechos anarquistas y de emborrachar a esa grácil vagina con aires de aspiradora. Un despertar sexual que se hacía el remolón entre braguitas de perlé.
Pocos meses después de sacarse el carnet de conducir, apodó a su brazo derecho el "brazo del exorcista". Solía preguntarse muy a menudo si es la verbalización mental la condición indispensable para desarrollar un pensamiento. A medida que formulaba la cuestión, empezaba a perderse en las profundidades de los recovecos de su raciocinio. El marasmo duraba apenas unos segundos para inmediatamente después responderse a sí misma. Pensaba en la sensación de su brazo derecho sintiéndola. La sucesión de los acontecimientos no era nada del otro mundo:
  1. Brote de sensación
  2. Toma de conciencia de la misma
  3. Análisis del pensamiento persistente
  4. Verbalización como conclusión del análisis
  5. Entendimiento y significado

Superado el proceso en todas sus etapas y plenamente consciente de su insatisfacción crónica con la vida, así como de su timidez exacerbada, interiorizó la razón por la que el brazo decidía darse la vuelta siempre que cogía el volante. Esta rebeldía fundamentada en la defensa de la libertad individual iba asociada también a un sentimiento de amputación involuntaria, pues ya no es sólo que el ojo de las sensaciones percibiese que el brazo no estaba del derecho, sino que encima lo sentía ajeno a su propio cuerpo. Un curioso arilugio psicológico que reflejaba el hecho de haberse negado durante años y años importantes aspectos de sí misma.

Tender con un par de pinzas de plástico guarro colocadas en los extremos no garantiza control, le pese a quien le pese. Bastaba simplemente con un soplido un tanto enérgico para que el tándem y el brazo diabólico se zafasen de la cuerda. De nuevo, una casita construida con paja. Tentó demasiado al destino. Rara es la vez en la que las cosas no caen por su propio peso. Fue una muerte rápida. Ocurrió todo en un "pis-pas". La típica curva mal señalizada; el brazo exorcista dando más guerra que nunca; y unos pezones, esta vez sí, eróticamente duros que, debido a la falta de sujetador, se frotaban como perros en celo contra el algodón de la camiseta. La concentración de adrenalina fue excesiva pero plácidamente incontrolable.

Y así, a golpe de sensación, se durmió la niña y emergió por fin la mujer.

viernes, 10 de julio de 2009

Diario de un dilema

1
Vuelvo a caer de manera descontrolada y nadie puede ayudarme. Ha resultado imposible desatar las cuerdas que custodian mis tobillos uniéndome esquizofrénicamente a las palabras. Escribir o no escribir; he ahí la cuestión.

2
Durante la siesta he soñado que me bañaba entre combinaciones fabulosas: catalepsia destructiva, flatulencia de un sentimiento, sueños de goliardo, obsesión virgen frente a virginidad obsesiva....
3
El mejor orgasmo del día ha sido la A.

Algún tiempo más tarde...
Las bacanales lingüísticas me han tenido absorbida durante noches y días enteros. Ojalá pudiese compartir con alguien el placer de ver a la señorita imaginación bailar. Se contonea como los ángeles más pícaros y sensuales poniendo la miel en los labios de cuadernos sedientos de vida. ¿Qué se hace cuando tu razón existencial te condena a la locura más solitaria?

sábado, 9 de mayo de 2009

Soledades en el baño y a media noche

Nunca les pedí a mis padres que me compraran un perro como regalo de cumpleaños ni, por supuesto, un gato. Tampoco peces. No me gustan los animales. Es más, algunos me caen hasta mal. Otros, directamente, me dan asco. Pero, mira por donde, soy incapaz de espachurrar insectos con la suela del zapato y, muchas veces, no por falta de ganas, que conste. Me cuesta demasiado darle rienda suelta a ese mesurado instinto asesino y sádico que le corresponde a todo ser humano sencillamente por el hecho de ser lo que es: humano. Supongo que, con el paso del tiempo, la brutalidad me saldrá de manera inesperada por alguna parte; simplemente espero que para entonces, por el bien de la sociedad en general y por mí misma en particular, toda esa inclinación salvaje e irracional consiga saciarse con varios espachurramientos de brontosaurios voladores en las paredes de la casa de la playa o, a lo sumo, con la quema de un hormiguero/ nido de orugas.

Han pasado casi ya dos meses desde nuestro primer encuentro. Fue algo completamente fortuito. Las luces de casa estaban todas apagadas. Dormíamos. Unos más plácidamente que otros, todo hay que decirlo. Pero, al fin y al cabo, cada uno trataba de ganarle en solitario la batalla a la noche. No fueron las ganas de hacer pis las que me sacaron del sueño. Aunque nunca me lo haya llegado a confirmar, sigo pensando a día de hoy que fue él. Tanteando a ciegas las paredes del pasillo, conseguí llegar al baño y, por consiguiente, a la taza del váter.

Allí sentada, abandonada al sino de la misma, mis bragas se perdieron en los tobillos. El torso incontrolable se inclinaba débilmente hacia delante, arrastrado quizá por el abatimiento mayor de los hombros, y dibujando una ce; una ce de cansancio. Recuerdo perder prácticamente toda la fuerza en aquellas gotas que poco a poco me hacían sentir tan vacía, tan desinflada. Eran los dos trozos de cachete apoyados en la taza los únicos que evitaban o bien que cayese siguiendo la dirección de mis bragas, esto es, la gravedad, o bien que me perdiese entre tuberías, tragada por el poderío del retrete.

Apuraba ya las últimas gotitas de insomnio, ladronas ellas de seguridad, cuando intuí un destello de luz extraño en la negrura de los azulejos del suelo. Traté por todos los medios de despejar la mirada y, por fin, le vi nítidamente: diminuto e insignificante pero haciéndose grande a pasos agigantados. En un principio y así a golpe de vista, pensé que se trataba de un ciempiés. Ya ves tú, un ciempiés en el baño. Pero no. Reconozco que, en realidad y muy a mi pesar, no me costó mucho esfuerzo visual darme cuenta de que ahí no había tantas patas. Era un bichito extraño, de un color blanco un tanto radiactivo, que jugueteaba con la alfombrilla de la ducha. Me vacié fascinada.

Tras este primer encuentro, me obsesioné de manera exagerada. Me parecía algo completamente increíble el hecho de desafiar todos los días y con éxito al aspirador, a los pisotones involuntarios y, por supuesto, al vapor del calentador que uso siempre después de la ducha para no coger frío, independientemente de la estación del año en la que nos encontremos. Propicié un par encontronazos forzados durante los días siguientes, todos ellos fallidos: varias duchas y cepilladas de pelo diarias, una pedicura a deshoras… El caso es que durante un tiempo largo estuve buscando cualquier excusa barata para deslizarme al baño. Tardé lo mío en darme cuenta de que algo fallaba. Tenía que elaborar un plan de acción mucho más complejo, pues no era un bichito nada ingenuo.

Fingir una vejiga insomne parecía la clave, el pretexto idóneo para culminar en ese encuentro nocturno supuestamente espontáneo e idéntico a nuestra primera vez. Quizá se tratase de un romántico empedernido… Hicieron falta algunas noches en vela para llegar al truco más potencialmente creíble: el quid de la cuestión estaba en beberse al menos tres vasos, a poder ser mejor de agua, durante la cena y otros tres antes de meterse en la cama. Así, serían de nuevo las ganas de hacer pis las que me sacasen del sueño. Lo probé varias noches seguidas y funcionó. Parecía como si todos mis problemas se resolviesen sentada en esa taza de váter. Vaciándome y llenándome al mismo tiempo. Entendiéndonos.

Desde entonces, me acuesto excitada todas las noches.

Soy consciente de que llegará el momento en el que esta sobrehidratación me pasará factura. Mientras tanto, sigo rompiendo cada noche la soledad del baño encantada de participar en sus silencios…

martes, 21 de abril de 2009

Reconversión de un sentimiento en expresión

Para conferirle al texto una mayor cercanía, así como para conseguir una mejor asimilación del tema aquí a tratar, la autora cree conveniente aclarar que durante todo el encuentro senti-expresivo se usarán los nombres de ESE y SIÓN para sentimiento y expresión, respectivamente.

ESE no se levanta una mañana cualquiera realizado como sentimiento. Todo en esta vida lleva su tiempo. Se trata, por tanto, de una continúa evolución emocional y de un posterior y complejo proceso de adaptación a la nueva situación. Ya decía Miguel de Unamuno: “siente el pensamiento, piensa el sentimiento”. Pero no sé por qué no termina de convencerme, así que en un intento por satisfacer al completo mi intuición, voy a tomarme modestamente la licencia de reescribir la cita del genio y usar “emoción” en vez de “pensamiento”. Pues bien, la emoción no es más que es una respuesta inconsciente, positiva o negativa, a un estímulo exterior cuya intensidad depende directamente de la sensibilidad del individuo en cuestión. Son infinitos los grados de sensibilidad humana, de ahí que existan distintas categorías del ser: hipersensibles, sensiblones, indiferentes, analfabetos, trogloditas emocionales… Y aunque no se trate de un elemento meramente determinante en el proceso que culmina con el encuentro senti-expresivo, que es lo que aquí interesa, bien es verdad que cuantas más alarmas activadas, antes se detecta el incendio. Si es que lo que hay que detectar es fuego, claro… Por tanto, parece que la emoción surge de manera incontrolada e inconsciente y es en este punto cuando entra en juego la razón, pues es el complejo resultado de la racionalización emocional lo que conforma a ESE. Además, nadie, absolutamente nadie, puede escapar de su propio proceso de maduración. Ni Peter Pan. Ni, por supuesto, tampoco ESE.

Una vez entendido todo lo anterior, ya tenemos el terreno lo suficientemente tanteado como para comenzar la historia afirmando: ESE se levantó una mañana sintiéndose sentimiento, pero con gases, muchos gases…

Todo gas necesita ser expulsado. Es una cuestión de vida o muerte. Y, aunque en un principio parece algo socialmente aceptado, el todo y el nada se asientan en un plano meramente superficial. En realidad, no llego a comprender cómo se puede estar tan esquizofrénicamente empeñado en utilizar ingentes cantidades en polladas antiabortistas y no concederle la más mínima atención al meteorismo intestinal. Así que, ESE no se lo debió pensar dos veces y ni corto ni perezoso decidió prepararse para descargar. Se trataba simplemente de buscar el orificio adecuado para expulsar la flatulencia justo en el mismo momento en que ella pidiese salir. Sin embargo, de repente y aparentemente sin motivo alguno, se echó para atrás. Parece que le empezó a importar el hecho de no dormir solo… Se contuvo. Y así, mañana tras mañana. Resultado: un episodio de meteorismo intestinal agudo con espasmos y distensión abdominal, conocida vulgarmente como hinchazón de tripa.

Lo que ESE no sabía es que su intestino flatulento era el fiel reflejo de su dilema existencial. Los sentimientos necesitan de una razón, de una correcta expresión, para ser satisfechos y hacernos sentir equilibrados. Sin embargo, bien es verdad que, a pesar de que este argumento suene tan vertiginosamente convincente, la práctica resulta siempre más difícil que la teoría. Quizá fue el miedo a sentirse vulnerable, el miedo al juicio ajeno, la educación mamada, la moral o bien la matriz heterosexual, que tanto critican Monique Wittig, Virginie Despentes o Beatriz Preciado, lo que provocó que ESE se hiciese literalmente pis cuando conoció a SIÓN. Trató por todos los medios de ignorarla, de hacer como si no existiese. El dicho aquel: “más vale ponerse una vez rojo que ciento amarillo” no iba con él. Y así, día tras día. Resultado final: un fuerte cuadro de ansiedad, agudizado por un proceso de desrealización y despersonalización.

Era tan fácil como conectar con uno mismo... Bajo esa desrealización, marchaba una multitudinaria manifestación sindical de sub-sentimientos. A la cabecera y portando el lema de la marcha (“¡Por una digna razón de ser!”), se encontraban la violencia, el odio, la alegría y la pena.

sábado, 18 de abril de 2009

"Contrato contra-sexual" escrito por Beatriz Preciado

Beatriz Preciado: una pequeña fuga a la racionalidad extrema


Contrato contra-sexual

Voluntaria y corporalmente, yo ........................................................................ renuncio a mi condición natural de hombre o de mujer, a todo privilegio (social, económico, patrimonial) y a toda obligación (social, económica, reproductiva) derivados de mi condición sexual en el marco del sistema heterocentrado naturalizado.

Me reconozco y reconozco a los otros como cuerpos parlantes y acepto, de pleno consentimiento, no mantener relaciones sexuales naturalizantes, ni establecer relaciones sexuales fuera de contratos contra-sexuales temporales y consensuados.

Me reconozco como un productor de dildos y como transmisor y difusor de dildos sobre mi propio cuerpo y sobre cualquier otro cuerpo que firme este contrato. Renuncio de antemano a todos los privilegios y a todas las obligaciones que podrían derivarse de las desiguales posiciones de poder generadas por la re-utilización y la re-inscripción del dildo.

Me reconozco como ano y como trabajador del ano.

Renuncio a todos los lazos de filiación (maritales o parentales) que me han sido asignados por la sociedad heterocentrada, así como a los privilegios y a las obligaciones que de ellos se derivan.

Renuncio a todos mis derechos de propiedad sobre mis flujos seminales o producciones de mi útero. Reconozco mi derecho a usar mis células reproductivas únicamente en el marco de un contrato libre y consensuado, y renuncio a todos mis derechos de propiedad sobre el cuerpo parlante generado por dicho acto de reproducción.

El presente contrato es válido por una duración de .................................meses (renovable).

En ......................, a ....................de.............. de........... nº de ejemplares.....

Firma

viernes, 17 de abril de 2009

La llave

A veces la miro a un solo ojo cuando la hablo. Es una sensación un poco extraña. Quiero dejar de mirarle el ojo, pero a la vez estoy tan sumamente intrigada con esta nueva fijación que no consigo redirigir mi mirada. Es su ojo derecho. La verdad es que no tengo muy claro si ella lo nota. Creo que está incomoda, aunque igual la que lo está soy yo. ¿Me pondré bizca al mirarla? Es ese ojo… Ese ojo que no llora, que tampoco parpadea en exceso, que suele ser bastante poco expresivo. Aunque no sé que es lo que me lleva a pensar que, en realidad, se muere por expresar. No la miro ni al ojo izquierdo ni a la ceja ni a los pegotes de rimmel que hay todos los días en sus pestañas. Es una simple mirada fija. Mis ojos clavados en su pupila derecha que es, como no podría ser de otra manera, redonda y negra... Pero no consigo desviar mi obsesión, ¿y es que no hay más? El leer entre líneas me atemoriza, pero no dejará nunca de sorprenderme. Una pupila exageradamente negra. El agujero negro de su existencia. Su ser. La llave. Ella. Su ojo derecho.

Sentimiento

La corrupción del sentimiento. El entumecimiento de la naturaleza humana. Resulta ya complicado saber qué es lo que somos. Un oxidado amasijo de egoísmo, crueldad, egocentrismo, nihilismo disfrazado de progreso. El libre sentir. El no existir de las dobleces. Todo tiene tantas lecturas, tantas interpretaciones… ¿Y esta mesa? Si puedo escribir en el suelo… Todo se pierde. Pero nada se gana. Porque, ¿dónde está la solución? Defender algo con la cabeza muy alta. Creer fervientemente. Estar plenamente convencido, que no ciegamente. Esas pequeñas cosas. Esa humanidad sincera.

¿Cuál es entonces el origen de la complicación, del embrollo? ¿Cuándo empiezan los nobles sentimientos a sucumbir a la ambición y a la insatisfacción crónica? El deseo. El deseo. El ansia. La debilidad del intelecto humano. El ser o no ser. Infeliz.

Porque me gusta que se corra el lápiz. Ver la hoja manchada por el carboncillo de mis manos. Escuchar las palabras que le canta al cuaderno.. Si no hacemos nada asistiremos a la destrucción de aquello que nos dio origen. La pasión. La transparencia. El compromiso. La solidaridad. Porque tendemos al interés propio, al amor propio. Porque mi vida no sólo soy yo. Porque tu vida no sólo eres tú. Porque todo tiene un sentido y una razón de ser. ¿Nacemos? ¿Nos hacemos? ¿Nos hacen? ¿Nos hace? Nacieron la desidia y el conformismo. Aunque cada cual tiene su propia manera de no conformarse… Pero he ahí la gracia, la chispa de la humanidad. Declarémosle la guerra a la homogeneidad, al maniqueísmo. Entonces… contradicción… ¿doble lectura o simplificación vital?

miércoles, 15 de abril de 2009

Chute de vida

Necesito engancharme a ti, que seas la droga que me empuje de la cama todas las mañanas. Una raya, cuatro o cinco caladas, una botella… Ilusión, esperanza, alegría y una alta dosis de realidad es lo que quemo en esta pequeña cucharilla para luego inyectármelo.

Empiezas a hervir y mi boca esboza una leve sonrisa. Sé que pronto te tendré dentro, muy dentro. Este chute serán las esposas que nos unan para siempre.

Ya escucho cómo me llaman esos cantos de alegría, tan tuyos, convertidos en pequeñas burbujitas alteradas por la llama del mechero. Parece que el corazón se me va a salir del pecho. El tenerte tan cerca me excita tremendamente, el sentirte ahí…El mango de la cucharilla empieza a quemar demasiado. Cojo la jeringuilla; su tacto heterogéneo y frío, su forma cilíndrica… Llevo una bomba de relojería entre las piernas.

¿Qué vena escogerías tú, vida? ¿La más grande o, quizá, una más escondida?

martes, 14 de abril de 2009

Mundo asexuado

Ni te imaginas lo a gusto que llegué a encontrarme aquí dentro, tan calentito… Una pena no recordar nada cuando sales. Y es que todo era tan extraordinariamente perfecto… Sólo quería dormir al ritmo de sus latidos, de los míos; sumergirme en un eterno sueño; sosiego, tranquilidad, descanso… ¿Un baño caliente después de una jornada maratoniana? Sí, si así logras hacerte a la idea… ¡Ay!… Pero no nos engañemos, ni siquiera aquí nada dura eternamente. Me pongo muy triste cuando me doy cuenta de que no consigo recordar el día en que dejé de disfrutar. Es esta presión, esta especie de dolor en la zona genital la que me arrebató la paz. Ya me habían avisado que algún día llegaría el momento, pero nunca pensé que fuese tan rápido; y es que empezar a vivir contando el tiempo, cuando te has acostumbrado a no hacerlo, es firmar tu sentencia de muerte. El plantearme tantas cosas me abruma, me viene grande: ¿pene? o ¿vagina?

Semejante dilema me quita el sueño. A veces, en un intento de reflexión un poco más profunda, porque no es una decisión que deba tomarse a la ligera, elaboro mentalmente (¿cómo si no?) una lista con las ventajas y las desventajas de tener pene. Socialmente queda muy claro hacia que lado se inclina la balanza; es insultante no creer que vivimos en un mundo en el que los privilegios masculinos se cuentan a raudales. Un mundo en el que el sexo es un condicionante, un patético determinante. Sin embargo, y no sé por qué extraña razón o fuerza superior, no termina de convencerme la idea por muy atractiva que ésta parezca. Llámame masoca, estúpido, incluso, pero me estoy dando cuenta de que no quiero tener pene. Es más, me niego en rotundo.

Entonces claro, una vez llegados a este punto, puede dar la impresión de que el problema se reduce a la simpleza más simple: el haber descartado una de las dos opciones me lleva directamente y de manera implícita a aceptar la otra. Pues bien, a pesar de la lógica aplastante, este razonamiento en mi caso no se cumple ni por asomo; es precisamente ahora cuando aumenta el grado de complejidad del asunto en cuestión. Debo preguntarme, ¿quiero en verdad una vagina? Si el tener una conlleva como mínimo y de manera automática sufrir una persecución rosa en la infancia, así como sentirse un par de tetas en la adolescencia a lo Philip Roth en “El Pecho”, supongo que entiendes que me haya convertido en un auténtico mar de dudas. Alguien me dijo una vez que en este mundo existen cuatro tipos de vaginas: las activas, las activas potencialmente pasivas, las pasivas y las pasivas potencialmente activas. A las tres últimas las podríamos meter en un mismo saco, pero no de manera despectiva, ni mucho menos; simplemente creo que no van conmigo. Aunque, bueno, vale, seamos sinceros, he de reconocer que he cogido especial tirria a las pasivas potencialmente activas, tirria al hecho de querer ser algo, ansiarlo en lo más profundo de tu ser, y no tener el valor de pelear para conseguirlo. “El miedo es el único elemento al que hay que tener miedo”, ¿no es lo que dijo un famoso presidente? Luego, visto lo visto, ¿nazco vagina activa?

Ella vuelve a casa la semana que viene, baja indefinida. Resulta que no le está sentando demasiado bien esta aventura en la que se enroló en solitario. “O futbolista o bailarina” la escucho decir a menudo. Lleva una vida un tanto agitada, reuniones aquí, allí, llamadas por la noche, al mediodía, comidas interminables… Ya son casi 40 años y se encuentra muy cansada. Tiene pinta de ser alguien importante, ¿quizá pertenezca a ese pequeño 20% de vaginas que está en la junta de dirección de una empresa? ¿Quién sabe? Está sonando el teléfono. No le da tiempo a llegar, el filete de ternera está en la sartén y la sopa está apunto de hervir. Si es importante, insistirán, dice para sí. Desde el mes pasado viene a comer a casa. En efecto, el teléfono vuelve a sonar. Lo coge. Escucha atenta. Se muerde el labio. Lo tira. Y llora. Llora de rabia, de impotencia, de cansancio, de incomprensión, por el subidón de hormonas. Ya han tomado una decisión. Y ella no estaba. Claro, vivimos en una sociedad en la que muchas de las decisiones de empresa se toman con una comida, una copa y un puro… Un mundo construido por y para los penes. Así es. Se le ha quitado el hambre y, aunque sabe que debe comer algo, no le da la gana. Se prepara una tila, necesita relajarse. Se tumba en el sofá, cierra los ojos y empieza a ensayar las respiraciones que le enseñaron el otro día: inspira- un, dos, tres, cuatro- expira- un, dos, tres, cuatro… Una vez pasada la taquicardia inicial, acaricia su barriga tratando de auto consolarse, ¿cómo van a ponerme mala cara a mí cuando diga que te tengo que ir a recoger a la guardería porque te has puesto con fiebre? ¿Serán capaces? Imposible…

Entre tanto, la presión que siento en la zona genital no cesa en su intento de realizarse. Y yo sólo quiero parar el tiempo. Sin vaginas. Sin penes. ¿Un mundo asexuado?