martes, 14 de abril de 2009

Mundo asexuado

Ni te imaginas lo a gusto que llegué a encontrarme aquí dentro, tan calentito… Una pena no recordar nada cuando sales. Y es que todo era tan extraordinariamente perfecto… Sólo quería dormir al ritmo de sus latidos, de los míos; sumergirme en un eterno sueño; sosiego, tranquilidad, descanso… ¿Un baño caliente después de una jornada maratoniana? Sí, si así logras hacerte a la idea… ¡Ay!… Pero no nos engañemos, ni siquiera aquí nada dura eternamente. Me pongo muy triste cuando me doy cuenta de que no consigo recordar el día en que dejé de disfrutar. Es esta presión, esta especie de dolor en la zona genital la que me arrebató la paz. Ya me habían avisado que algún día llegaría el momento, pero nunca pensé que fuese tan rápido; y es que empezar a vivir contando el tiempo, cuando te has acostumbrado a no hacerlo, es firmar tu sentencia de muerte. El plantearme tantas cosas me abruma, me viene grande: ¿pene? o ¿vagina?

Semejante dilema me quita el sueño. A veces, en un intento de reflexión un poco más profunda, porque no es una decisión que deba tomarse a la ligera, elaboro mentalmente (¿cómo si no?) una lista con las ventajas y las desventajas de tener pene. Socialmente queda muy claro hacia que lado se inclina la balanza; es insultante no creer que vivimos en un mundo en el que los privilegios masculinos se cuentan a raudales. Un mundo en el que el sexo es un condicionante, un patético determinante. Sin embargo, y no sé por qué extraña razón o fuerza superior, no termina de convencerme la idea por muy atractiva que ésta parezca. Llámame masoca, estúpido, incluso, pero me estoy dando cuenta de que no quiero tener pene. Es más, me niego en rotundo.

Entonces claro, una vez llegados a este punto, puede dar la impresión de que el problema se reduce a la simpleza más simple: el haber descartado una de las dos opciones me lleva directamente y de manera implícita a aceptar la otra. Pues bien, a pesar de la lógica aplastante, este razonamiento en mi caso no se cumple ni por asomo; es precisamente ahora cuando aumenta el grado de complejidad del asunto en cuestión. Debo preguntarme, ¿quiero en verdad una vagina? Si el tener una conlleva como mínimo y de manera automática sufrir una persecución rosa en la infancia, así como sentirse un par de tetas en la adolescencia a lo Philip Roth en “El Pecho”, supongo que entiendes que me haya convertido en un auténtico mar de dudas. Alguien me dijo una vez que en este mundo existen cuatro tipos de vaginas: las activas, las activas potencialmente pasivas, las pasivas y las pasivas potencialmente activas. A las tres últimas las podríamos meter en un mismo saco, pero no de manera despectiva, ni mucho menos; simplemente creo que no van conmigo. Aunque, bueno, vale, seamos sinceros, he de reconocer que he cogido especial tirria a las pasivas potencialmente activas, tirria al hecho de querer ser algo, ansiarlo en lo más profundo de tu ser, y no tener el valor de pelear para conseguirlo. “El miedo es el único elemento al que hay que tener miedo”, ¿no es lo que dijo un famoso presidente? Luego, visto lo visto, ¿nazco vagina activa?

Ella vuelve a casa la semana que viene, baja indefinida. Resulta que no le está sentando demasiado bien esta aventura en la que se enroló en solitario. “O futbolista o bailarina” la escucho decir a menudo. Lleva una vida un tanto agitada, reuniones aquí, allí, llamadas por la noche, al mediodía, comidas interminables… Ya son casi 40 años y se encuentra muy cansada. Tiene pinta de ser alguien importante, ¿quizá pertenezca a ese pequeño 20% de vaginas que está en la junta de dirección de una empresa? ¿Quién sabe? Está sonando el teléfono. No le da tiempo a llegar, el filete de ternera está en la sartén y la sopa está apunto de hervir. Si es importante, insistirán, dice para sí. Desde el mes pasado viene a comer a casa. En efecto, el teléfono vuelve a sonar. Lo coge. Escucha atenta. Se muerde el labio. Lo tira. Y llora. Llora de rabia, de impotencia, de cansancio, de incomprensión, por el subidón de hormonas. Ya han tomado una decisión. Y ella no estaba. Claro, vivimos en una sociedad en la que muchas de las decisiones de empresa se toman con una comida, una copa y un puro… Un mundo construido por y para los penes. Así es. Se le ha quitado el hambre y, aunque sabe que debe comer algo, no le da la gana. Se prepara una tila, necesita relajarse. Se tumba en el sofá, cierra los ojos y empieza a ensayar las respiraciones que le enseñaron el otro día: inspira- un, dos, tres, cuatro- expira- un, dos, tres, cuatro… Una vez pasada la taquicardia inicial, acaricia su barriga tratando de auto consolarse, ¿cómo van a ponerme mala cara a mí cuando diga que te tengo que ir a recoger a la guardería porque te has puesto con fiebre? ¿Serán capaces? Imposible…

Entre tanto, la presión que siento en la zona genital no cesa en su intento de realizarse. Y yo sólo quiero parar el tiempo. Sin vaginas. Sin penes. ¿Un mundo asexuado?

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